sábado, 14 de febrero de 2015

LA GLOBALIZACIÓN HISPANA DEL COMERCIO Y EL ARTE EN LA EDAD MODERNA

Tomado de: http://www.ciudadgestion.co/economia/la-globalizacion-hispana/ La globalización Hispana del comercio y el arte en la edad Moderna. Publicado el 11 feb 2015Por: Rafael Dobado GonzalezComentario: 0 Rafael Dobado González Departamento de Historia e Instituciones Económicas I Facultad de CC. Económicas y Empresariales Universidad Complutense de Madrid Campus de Somosaguas, 28223 Pozuelo de Alarcón THE HISPANIC GLOBALIZATION OF COMMERCE AND ART IN THE EARLY MODERN ERA Abstract: This article shows some important aspects of a worldwide, historical phenomenon: the globalization of commerce and art which started in the second half of the sixteenth century and had the American, Asian and European territories of the Hispanic Monarchy as main protagonist during the Early Modern Era. The international exchanges –basically, American silver in return for more or less luxurious goods from Asia- that followed the discovery by Urdaneta, in 1565, of the “tornaviaje” between Manila and Acapulco had a profound influence on the forms of production and consumption in both the Old World and the New. Spanish economists and economic historians have probably underscored the historical significance of these unprecedented interactions. The central role played by the Viceroyalty of New Spain in this globalization has perhaps not been properly valued either. Keywords: Economic History; globalization; art and commerce in the Early Modern Era; Manila Galleon. LA GLOBALIZACIÓN HISPANA DEL COMERCIO Y EL ARTE EN LA EDAD MODERNA Resumen: Este artículo muestra algunos aspectos destacados de un fenómeno histórico de dimensiones planetarias: la globalización comercial y artística que, iniciada en la segunda mitad del siglo XVI, tuvo como principal protagonista durante la Edad Moderna a los territorios americanos, asiáticos y europeos de la Monarquía Hispánica. Los intercambios internacionales (básicamente, plata americana a cambio de objetos asiáticos más o menos lujosos) que siguieron al descubrimiento, en 1565, por Urdaneta del “tornaviaje” entre Manila y Acapulco tuvieron profundos efectos sobre las formas de producir y de consumir tanto en el Viejo Mundo y como en el Nuevo. La trascendencia histórica de estas interacciones sin precedentes tal vez ha pasado un tanto inadvertida a los economistas e historiadores económicos españoles. Probablemente, el papel central desempeñado en esta globalización por el Virreinato de la Nueva España tampoco ha sido valorado adecuadamente. Palabras clave: Historia Económica; globalización; arte y comercio en la Edad Moderna; Galeón de Manila. 1. BREVE REPASO A LA GLOBALIZACIÓN DE LA EDAD MODERNA No existe una definición unánimemente aceptada de un fenómeno tan complejo como el que pretende describir el término globalización. Economistas e historiadores económicos tienden a pensar la globalización en términos de integración de mercados. Desde esta perspectiva, paraO’Rourke y Williamson (1999, 2002a, 2002b, 2004), pioneros del análisis histórico-económico de la globalización, ésta apareció abruptamente en la primera mitad del siglo XIX, cuando, como consecuencia de la caída de los costes de transporte derivada de la Revolución Industrial, mercados de productos de amplio consumo (cereales, etc.) empezaron a integrarse internacionalmente. Dobado, García-Hiernaux y Guerrero (2012), aceptando esa misma definición de globalización, han cuestionado algunos aspectos de la influyente visión canónica establecida por O’Rourke y Williamson al encontrar pruebas de una creciente integración internacional (dentro de Europa y entre Europa y América del Norte) del mercado del grano desde la primera mitad del siglo XVIII. Tras ser interrumpida por la profunda y duradera desintegración económica causada por el ciclo bélico de 1792 a 1815, la globalización resurgió con renovadas fuerzas unos años más tarde. Ahora bien, ¿qué ocurre si adaptamos el punto de vista de otros estudiosos de la globalización? De Vries (2010) ha distinguido entre globalización “dura” y “blanda”. La primera sería equivalente a la de O’Rourke y Williamson y, para él, tampoco pudo tener lugar antes del siglo XIX. Por el contrario, para De Vries: “Evocations of a compressed and intensified world may be called ‘soft globalization.”1 Esta visión, que enfatiza la idea de interacciones influyentes y duraderas a escala intercontinental, tiene en Flynn y Giraldez a dos de sus más cualificados valedores y no carece de sentido histórico.Además, conecta directamente con la afirmación de Adam Smith según la cual el “descubrimiento” de América y la llegada a la India bordeando el cabo de Buena Esperanza –en 1492 y 1498 por España y Portugal, respectivamente- son dos de los más importantes hechos en la historia de la humanidad.La “soft globalization” está en sintonía con el concepto de “Columbus Exchange” de Crosby (1972), que intenta captar el intercambio sin precedentes de especies animales entre el Nuevo (América) y el Viejo Mundo (Eurasia y África) que se inicia con el arribo de Colón al Caribe. No faltan pruebas de que los efectos del “Columbian Exchange” distaron de ser anecdóticos. Sirvan sólo un par de ellas. La introducción, que se registra por primera vez en Sevilla en 1573, de la patata en el Viejo Mundo explica un cuarto y un tercio de su crecimiento demográfico y urbanización, respectivamente, entre 1700 y 1900 (Nunn y Quian, 2010). La difusión del maíz, la batata y los cacahuetes por China no sólo modificó los hábitos alimenticios, especialmente entre los pobres del Sur, sino que está asociada al gran crecimiento demográfico del siglo XVIII, durante el que la población, según Angus Maddison, más que se triplicó. Ni los “vicios” escaparon al “Columbian Exchange”. Originario de América, el tabacoinició su andadura internacional adornado de cualidades medicinales. Se extendió por Europa durante la segunda mitad del siglo XVI y, casi con toda seguridad procedente de Filipinas, no tardó mucho en llegar a China.Poco cuesta añadir la impresionante circulación intercontinental de ideas y gustos que acompañó a la de gérmenes, animales –humanos incluidos- y plantas para apreciar la trascendencia histórica sin precedentes del proceso que comienza no mucho después del “shock” histórico provocado desde la Península Ibérica a fines del siglo XV, llámesele “Columbus Exchange”, “soft globalization” o como se quiera. Ideas y gustos que rápidamente se materializaron en una variedad de objetos que eran transportados en cantidades y a distancias sin parangón hasta entonces. Sirvan algunos ejemplos de una globalización muy distinta y que precede a la que O’Rourke y Williamson tienen en mente. La primera porcelana azul y blanca con decoración europea (un aguamanil con el escudo de armas de Dom Manuel I) data de 1520, tan sólo tres años después de la llegada a China del primer barco portugués. Le corresponde a la porcelana un papel protagonista en la globalización artística de la Edad Moderna, pero ésta adoptó otras muchas formas. Una de las más tempranas es el arte namban (traducible por “bárbaros del sur”), que surge en Japón como consecuencia del contacto con los portugueses llegados a comienzos de la década de 1540 para comerciar y difundir el catolicismo –el jesuita San Francisco Javier desembarcó en Kagoshima en 1549- y que ha producido objetos variados (pinturas, biombos, así como escritorios, arcas, arquetas,sagrarios, oratorios, atriles de laca urushi, misales, etc.) tanto para el consumo interno como para la exportación. El arte namban ejerció su más duradera influencia en Nueva España, donde se detecta ya a comienzos del siglo XVII la presencia de artistas japoneses cristianizados que llegaron a través de Manila huyendo de las persecución religiosa desatada por el shogun Tokugawa Ieyasu. Un duradero ejemplo se encuentra en la nutrida producción de biombos novohispana. En ellos la influencia autóctona está bien presente. Resulta especialmente perceptible en el biombo mostrado en la Ilustración 3, que presenta unos festejos en los que mestizos e indígenascelebran una ceremonia de origen pre-hispánico (los “voladores” en torno al “palo” situado en posición central). El biombo da también buena cuenta de algo tan característicamente mexicano como es la elaboración del pulque a partir del agave. No faltan los “guerreros águila” y “jaguar” de la tradición militar mexica. La presencia de algunos “españoles” completa una escena de notable sincretismo cultural. También Nueva España albergó la producción de una cerámica, la mayólica de Puebla de los Ángeles, conocida como talavera poblana, en la que se perciben influencias tan diversas como son la española medieval y la italiana renacentista presentes en los productos de Talavera de la Reina. Pero igualmente, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XVII, se observa la adopción de técnicas, motivos ornamentales y formas de la porcelana china de exportación (kraak). En realidad, la influencia de China parece haberse dejado sentir muy pronto incluso en la propia talavera peninsular Algo más tarde también en Delft (Holanda), importante centro productor de cerámica, donde al menos desde mediados del siglo XVII se imitaba masivamente la porcelana china transportada en grandes cantidades por la Vereenigde Oost-Indische Compagnie (VOC). Un aspecto interesante de esta apasionante historia de estilos y objetos que cruzan los océanos en la Edad Moderna es que las influencias no sólo operan en una determinada dirección. Occidente y el cristianismo dejaron una profunda huella en el arte japonés antes de las persecuciones religiosas de comienzos del siglo XVII. Los gustos europeos no dejaron de determinar formas, motivos y usos de la porcelana kraak de exportación. Muy comúnmente, ésta era elaborada siguiendo modelos en madera, metal u otros materiales entregados a los intermediarios chinos a fin de que la producción de porcelana se adaptase al gusto del consumidor final en Europa. Al mismo tiempo, en el siglo XVIII, las chinoiseries europeas en pintura, cerámica, textiles, etc. creaban un mundo imaginario que sólo tangencialmente reflejaba la realidad de una China que atraía poderosamente la imaginación artística occidental.Algo más tarde también en Delft (Holanda), importante centro productor de cerámica, donde al menos desde mediados del siglo XVII se imitaba masivamente la porcelana china transportada en grandes cantidades por la Vereenigde Oost-Indische Compagnie (VOC). Por tanto, a través de rutas comerciales duraderas y de larga distancia, las interacciones estéticas preceden históricamente a la integración de mercados en el sentido de O’Rourke y Williamson y no dejaron de influir en aspectos significativos de la vida de amplios sectores de la humanidad, como es el consumo y la producción de bienes usados en la vida cotidiana con fines religiosos, decorativos o funcionales. En su defensa de la concepción “soft” de la globalización, Flynn y Giráldez (2004) llegan incluso a precisar temporal y espacialmente su inicio: “We propose that globalisation began when the Old World became directly connected with the Americas in 1571 via Manila La fecha propuesta se corresponde con la fundación de Manila por Legazpi sobre los restos de una ciudad musulmana abandonada ante la presión española. Igualmente podrían haberse propuesto 1565. En ese año, Urdaneta logró encontrar el derrotero de vuelta a América que hizo posible la difícil travesía entre las Filipinas y la costa pacífica de Nueva España. Esta proeza náutica puede también considerarse como la inauguración de la ruta comercial que, conocida como el “Galeón de Manila”, la “Nao de China” o la “Nao de Acapulco”, conectó Asia con América y, tras la intermediación de esta última, con Europa durante dos siglos y medio. La globalización “a la Flynn y Giráldez” sirve particularmente bien a los fines de este artículo, pues resalta el decisivo papel de España y de sus territorios en América y Asia en la mundialización comercial y artística de la Edad Moderna. Ésta se basó en el intercambio de plata americana -especialmente, pero no sólo, novohispana- por mercancías, muchas de ellas de indiscutible contenido artístico (porcelanas y sedas, principalmente, aunque también biombos, arquetas, calicós, peines, abanicos y otros). Esas mercancías, tan deseadas durante mucho tiempo en Europa y América, dejaron su impronta en la conformación del “gusto moderno” y en las actividades manufactureras destinadas a satisfacerlo. La fecha propuesta se corresponde con la fundación de Manila por Legazpi sobre los restos de una ciudad musulmana abandonada ante la presión española. Igualmente podrían haberse propuesto 1565. En ese año, Urdaneta logró encontrar el derrotero de vuelta a América que hizo posible la difícil travesía entre las Filipinas y la costa pacífica de Nueva España. Esta proeza náutica puede también considerarse como la inauguración de la ruta comercial que, conocida como el “Galeón de Manila”, la “Nao de China” o la “Nao de Acapulco”, conectó Asia con América y, tras la intermediación de esta última, con Europa durante dos siglos y medio.Cabe aquí hacer referencia al fomento por parte de casi todas las grandes monarquíaseuropeas de la producción nacional de objetos lujosos mediante “manufacturas reales”. Un buen ejemplo es el de la porcelana. Era tal la pasión de las élites europeas del siglo XVIII –“the contagion of China-fancy”, en palabras de Samuel Johnson, o “enfermedad de la porcelana” – que pocas fueron las cortes que carecieron de fábrica propia. Augusto el Fuerte de Sajonia logró producir por primera vez en Europa auténtica porcelana desde 1710 en la archifamosa factoría de Meissen. Resultado de lo que hoy calificaríamos de espionaje industrial, Du Paquier llevó, en 1718, los secretos de la fabricación de porcelana a Viena. En 1744, la Emperatriz María Teresa pasó a ser la propietaria de la factoría vienesa. La Manufactura Imperial de Porcelana rusa se inauguró en ese mismo año. Luis XV se hizo, en 1759, con la propiedad de Sèvres, que todavíano producía verdadera porcelana “dura”. Su fabricación se inició en España en 1760, cuando Carlos III funda la Real Fábrica del Buen Retiro, llamada popularmente “La China”. Durante su reinado en Nápoles, el monarca había establecido, en 1743, la Real Fábrica de Capodimonte. En realidad, Capodimonte fue desmantelada y trasladada a Madrid, a donde llegaron también buena parte de sus antiguos operarios, para dar origen al Buen Retiro. Federico II el Grande de Prusia también contó, desde 1763, con fábrica de porcelana propia. En 1779, el rey de Dinamarca se hacía cargo de la que pasaría a denominarse Manufactura Real de Porcelana Danesa. Así, los reyes europeos del siglo XVIII no se limitaron a poseer porcelana –ya Felipe II contaba con una colección de unas dos mil piezas- y mostrarla, al igual que la nobleza, en sus “gabinetes” (Porzelanzimmer), sino que se lanzaron a producirla con fines no sólo, o no en absoluto, estrictamente económicos sino también, y principalmente, para adornarse con el prestigio asociado a esta forma de arte durante la Edad Moderna. Fabricantes privados, disponiendo de un apoyo oficial que variaba según los países y las épocas, se lanzaron también a emular con mayor o menor fidelidad y éxito los textiles asiáticos, ya fueran, por ejemplo, las chinoiseries de la factoría francesa de Oberkamp o los chintzs ingleses de origen indostánico.Para Berg, sería a finales del siglo XVII y comienzos del XVIII cuando “an import trade in luxury goods from India and China to Europe was to transform the european economies themselves.”17 Así, esta autora defiende la existencia de relaciones de causalidad entre el comercio global de artículos de lujo, el consumismo europeo y la industrialización del siglo XVIII. Y es que el “lujo” tal vez no lo fue tanto, pues fue imitado profusamente en versiones baratas de mucho más amplio consumo. El uno y, especialmente, las otras tuvieron consecuencias económicas más transcendentales que lo que los partidarios de la “hard globalization” están dispuestos a aceptar. El acceso al consumo de productos “exóticos” de variada índole –a los señalados más arriba, habría que añadir el tabaco, el café, el azúcar, el té y otros- estuvo seguramente más extendido y desde antes de lo que suele reconocerse (McCants, 2007) En la Plaza Mayor de la Ciudad de México se construyó, después del tumulto de 1692, el Parián –del tagalo parian, que significa mercado chino, según la RAE- con la finalidad de acoger a los comerciantes de productos importados, en particular los de la Nao de la China (Leibsohn, 2013). Un documento iconográfico de gran valor es el cuadro pintado por el excelente artista novohispano Cristobal Villalpando (c. 1649-1714) al poco de su inauguración –véase el “mercado chino” que aparece en la parte inferior derecha Ilustración 5. El Parián fue calificado por el cronista Juan de Viera de “teatro de maravillas” (Rubial, 2008). No parece que esos productos, inicialmente raros y más tarde de presencia habitual, que tanta atracción despertaban en residentes y visitantes fueran todos de lujo en sentido estricto. De acuerdo con Slack, la Plaza Mayor de México, “the mercantile heart of the Spanish empire”, atendía las “exotic demands of elites and commoners alike.” Durante el siglo XVIII, como resulta esperable a causa del cultivo en la América española de los en Europa llamados “colonial goods”, muchos asalariados hispanoamericanos accedían más fácilmente a bienes como el cacao y el azúcar que los de la mayor parte de Europa y el resto del mundo (Dobado y García, próxima aparición). No resulta extraño, por tanto, que sepamos gracias a Fernández de Pinedo (2012) que las clases medias y altas de Madrid tuvieran hábitos de consumo cosmopolitas, entre los que figuraban asiduamente hacia mediados del siglo XVIII productos de origen americano (cacao de Caracas y azúcar cubano) y asiático (porcelana y otra cerámica, abanicos, cajas de ébano, etc.). No obstante, bien podría ser el caso que esas pautas de consumo parcialmente globalizadas –artículos consumidos por esos grupos sociales madrileños procedían de la propia España (seda) o de Europa (otros textiles finos)- tuvieran larga tradición en la capital de la Monarquía Hispánica Eso es lo que parece sugerir el bodegón pintado por Antonio de Pereda (1611-1678) a mediados del siglo XVII, en el que se encuentra un conjunto heterogéneo de refinados artículos de consumo de al menos tres (América, Asia y Europa) de los cuatro continentes conocidos por entonces.Y es que esa “revolución en el consumo” empezó como consecuencia de la “mundialización ibérica”, concepto propuesto por Gruzinski (2010) con el que intenta describir la circulación de personas, objetos e ideas a lo largo y ancho de las cuatro partes del mundo (África, América, Asia y Europa) durante el período 1580-1640 en el que la “monarquía católica” abarcaba los imperios español y portugués. Dentro de este vasto espacio, probablemente en ningún sitio como en la Nueva España, y en particular en su capital, se observe la presencia temprana de las nuevas posibilidades de consumo resultante de la “mundialización ibérica” y, sobre todo, hispana: “Esta nueva geografía que ubica a la ciudad de México en la línea divisoria del mundo es portadora de riquezas infinitas.”22 Tras el descubrimiento del “tornaviaje” Manila-Acapulco, Nueva España se encontró en una posición privilegiada en la circulación, por primera vez en la historia de la humanidad, el Viejo Mundo y el Nuevo a través tanto del Atlántico y del Pacífico. Por otra parte, la ingente cantidad de plata producida en el Virreinatos del Perú y de Nueva España era el motor de este comercio mundial, en el que los objetos artísticos desempeñaron un papel tan importante. En Nueva España -favorecida por su posición geográfica entre ambos océanos y su legado cultural pre-hispánico, así como por su dinamismo económico (agricultura, ganadería, minería y comercio) y por el poder de sus grupos de presión durante la época virreinal- se combinaron antes y como en ningún otro lugar, la “Europa portátil” que Jorge Alberto Manrique reelabora a partir de Baltasar Gracián y el “Asia portátil” que propone Curiel (2012).Esta globalización, al igual que la contemporánea, también tuvo sus descontentos más o menos justificados. Esta sección no concluirá sin una mención a ellos, aunque sea breve. Ya se ha señalado el traslado forzoso a América de millones de africanos, a los que difícilmente cabría considerar favorecidos por la globalización de la Edad Moderna. No podemos extendernos en el coste para los consumidores europeos de las medidas proteccionistas adoptadas por los gobiernos europeos en respuesta a las presiones de grupos de interés (por ejemplo, los productores de textiles británicos, los mercaderes peninsulares y novohispanos que participaban en el comercio entre Sevilla o Cádiz y Veracruz, las compañías privilegiadas de comercio China, la mayor economía mundial en 1500 y, especialmente, 1820, y Japón, cuyo PIB ya era considerable hacia ese último año, acabaron reaccionando a la defensiva frente a la globalización. Ambas economías lo acabarían pagando en términos de divergencia respecto a Occidente, afectados por la competencia inter e intra-continental o como parte de la política de afirmación interna y externa de los estados nacionales emergentes. El primer contacto directo entre Occidente y China tuvo lugar en 1514 y fue protagonizado por portugueses, quienes también fueron lo primeros en llegar a Japón en 1543. La actitud de los gobernantes de las dinastías Ming (1368-1644) y Qing (1644-1912) hacia el comercio exterior osciló entre el favor inicial y la hostilidad posterior, terminando con una regulación más bien restrictiva durante el casi un siglo que precede a la liberalización impuesta por Gran Bretaña en el Tratado de Nankín (1842). Esta política contrasta con la que subyace a de las siete expediciones marítimas capitaneadas por Zheng He entre 1405 y 1433, cuando flotas de dimensiones espectaculares fueron enviadas al sudeste Asiático y al Índico, llegando a Mombassa. No obstante, después de estos notables periplos, se adoptaron, en repetidas ocasiones, medidas más o menos extremas de Hǎi Jĩn, traducible como prohibición marítima. Por tal debe entenderse un heterogéneo conjunto de restricciones que iban desde la prohibición de construir barcos de alto porte tras el cese impuesto a las expediciones marítimas hasta el desplazamiento forzado de la población a kilómetros de la costa en las provincias de Guangdong, Fujian, Zhejiang, Jiangsu y Shandong.27 Durante la segunda mitad del siglo XVIII, el comercio exterior chino acabó adoptando el “sistema Cantón”, o Cohong, que designa la agrupación de los trece hong, grandes comerciantes, que controlaban en exclusiva los intercambios con los países extranjeros (Gran Bretaña, Holanda, Francia, Dinamarca, Suecia, Estados Unidos, etc.) autorizados a disponer de factoría en, y sólo en, Cantón. La Compañía de Filipinas contó con una desde poco después de su fundación, en 1785 (Martínez Shaw, 2007).28 El comercio exterior chino creció sustancialmente durante el siglo XVIII, en particular las exportaciones de té a Gran Bretaña (Findaly y O’Rourke, 2007). Sin embargo, parece fuera de toda duda que el peso de China en el comercio mundial de la Edad Moderna estaba por debajo del que le correspondía en la economía y la población mundiales: alrededor de un cuarto o un tercio en 1700 y 1820, respectivamente, según Angus Maddison.29 Así, Keller, Li y Shiue resaltan que el llamativo aumento de la participación de la China contemporánea en el comercio mundial constituye “a stunning reversal relative to the pre-1978 and also the pre-1840 period.” De hecho, la política comercial parece haber respondido básicamente a las necesidades de política interior percibidas por los gobernantes chinos (presión mongola en las fronteras septentrionales a fines de la primera mitad del siglo XV, piratería (wokou) del siglo XVI y el temor a los efectos desestabilizadores del comercio con las potencias europeas en el XVIII).31Algo semejante ocurrió en Japón durante el período Tokugawa (1603-1867). La favorable actitud inicial –de la que es reflejo el arte namban- hacia los “bárbaros meridionales”,que traían consigo el cristianismo, los grandes barcos y las armas de fuego, acabó trocándose en abierta hostilidad (martirio de religiosos y persecución generalizada de creyentes incluidas) en el contexto del conflicto interno japonés que concluiría con la pacificación impuesta por Tokugawa Ieyasu. Entre las décadas de 1630 y 1850, Japón sólo mantendría un limitado contacto con el exterior básicamente a través del reducido número de comerciantes chinos y de la VOC a los que se permitía acceder al puerto de Nagasaki. Sea cual sea el auténtico alcance del mercantilismo occidental, la política comercial de los estados europeos en la Edad Moderna resulta mucho menos proteccionista y más favorable al crecimiento que la seguida por los grandes economías del Extremo Oriente. Por el contrario, cuesta resistirse a pasar por alto al primer conflicto laboral debido a la movilidad internacional del trabajo del que tenemos noticia. Tuvo lugar, no casualmente, en Nueva España. Como relata Bernstein (2008), en 1635, los barberos de la ciudad de México se quejaron al Virrey de la competencia por parte de los “chinos” llegados presumiblemente en el Galeón de Manila. Desconocemos el resultado final de este episodio, pero las autoridades municipales aconsejaron limitar el número de barberos asiáticos a doce y su ámbito de actuación a los suburbios. Las regulaciones municipales no debieron cumplirse, pues más de un centenar de barberos chinos ejercían su oficio dentro de la ciudad en 1667. A la vista de lo expuesto hasta aquí, resulta dudoso que el exitoso autor de La vida simple tenga razón cuando afirma que la “avalancha de los pueblos hacia lo feo fue el principal fenómeno de la mundialización”No obstante, es muy probable que Wen Zhenheng compartiese una opinión despectiva acerca de la globalización de su tiempo. En Un tratado de las cosas superfluas, el esteta chino, muerto en 1645, encontraba “más bien vulgar” combinar, como hacían algunos de sus contemporáneos, camelias de Sichuan o Yunnan con magnolias en los adornos florales. Casi con toda seguridad, su opinión de la porcelana kraak exportada a Occidente no podía ser sino despectiva. Casi ninguna porcelana producida después del siglo XVI tenía valor alguno para alguien tan exigente como él. Sin embargo, a la Europa del siglo XVII llegaron multitud de piezas que, si bien despreciables para Zhenheng, impresionaron a los consumidores europeos y todavía hoy las encontramos bellas. Es más, contribuyeron a que la porcelana de alta calidad fuese no sólo apreciada por las élites europeas hasta extremos que hoy nos cuesta entender, sino también elaborada en Europa desde el siglo XVIII con unos resultados espectaculares, como prueba, por ejemplo, la producción de Meissen. 2. La Monarquía Hispánica en la globalización de la Edad Moderna Una vez mostrados algunos aspectos de la globalización comercial y artística de la Edad Moderna, se pasará revista al papel desempeñado en ella por la Monarquía Hispánica, que, hasta comienzos del siglo XIX, se extendió por Europa, América y Asia. El énfasis que se pondrá en la contribución española y novohispana no está reñido con el reconocimiento del destacado papel desempeñado por otros actores: Portugal, Holanda, Perú, China, India, Inglaterra o Francia. Simplemente, un artículo como éste sólo permite trazar los grandes rasgos de un proceso planetario en el que España y Nueva España, junto con Filipinas, tuvieron un protagonismo indiscutible, pero no por ello suficientementereconocido. Además, esos otros actores no inauguraron la conexión permanente entre el Viejo Mundo y el Nuevo -ello ocurrió a iniciativa española con colaboración novohispana- ni tuvieron una capacidad decisiva directa –aunque sí la tuvieron parcial e indirecta, en mayor o menor medida según las épocas- sobre la dinámica de una interacción entre continentes basada en la plata producida en los Virreinatosdel Perú y de Nueva España. Si acaso sería China, destino final indirecto de buena parte de la plata americana, a quien correspondiese un protagonismo destacado en esta historia desde sus comienzos. Ahora bien, al margen de la plata, pocos bienes procedentes de la Europa preindustrial parecen haber despertado los deseos del consumidor chino y poca era lainclinación de sus autoridades a dejar que se expresasen mediante el comercio internacional. Por último, que a España y a sus territorios ultramarinos le corresponde algún papel de especial relevancia en la historia de la globalización se desprende del hecho de que el Pacífico fue durante largo tiempo considerado un “lago español”.Una advertencia previa adicional resulta también necesaria. Por las razones que se acaban de exponer, lo que resta de este artículo se centra en las conexiones que tuvieron lugar entre la América española, con Nueva España en un lugar central, y Asia, vía Filipinas, a través del “Galeón de Manila”. Pese a la indudable trascendencia económica y cultural de la “Carrera de Indias” y de los intercambios diversos entre España y América, la contribución en términos de globalización, definida “a la Flynn y Giráldez”, del comercio que giraba en torno a la plurisecular “Nao de la China” es mayor. El éxito de la expedición Magallanes–Elcano (1519-1522) al circunnavegar el globo por vez primera y los beneficios comerciales de Portugal en Asia estimularon el interés español por el Pacífico. A la expedición de Loaísa, que zarpó en 1525 desde La Coruña con destino a las Islas Molucas (“Islas de la Especiería”), siguió la enviada en su socorro por Cortés desde Nueva España en 1527 al mando de Álvaro de Saavedra. De este virreinato zarparon también otras expediciones posteriores, entre ellas, en1564, la de Legazpi, de la que formaba parte Andrés de Urdaneta. Éste fue el navegante que, al año siguiente, encontró el derrotero que hizo posible el “tornaviaje” entre Filipinas y Nueva España durante dos siglos y medio. Y con el tráfico permanente entre Asia y América mediante el “Galeón de Manila” se completaba la globalización de la Edad Moderna iniciada por España en 1492 y por Portugal en 1498. A partir de entonces la interacción comercial y artística entre todas las partes del mundo se hizo realidad. El “Galeón de Manila” perduró ininterrumpidamente hasta 1815. Fue, pues, una de las rutas de comercio intercontinental más duraderas. Y una de las más difíciles de transitar. Su existencia fue favorecida por la geografía: el sistema de vientos (dominantes del oeste entre los paralelos 30 y 60 norte y del noreste entre los 0 y 30 norte) y corrientes (Kuro-Shiwo, Pacífico Norte, California y Ecuatorial Norte). El viaje Acapulco-Manila no era especialmente complicado. Los barcos, navegando entre el Trópico de Cáncer y el Ecuador, lograban aprovecharse de vientos generalmente suaves y constantes del noreste y llegaban en unos tres meses -tras hacer, desde la segunda mitad del siglo XVII,escala en la isla de Guam (Archipiélago de las Marianas)- hasta el Embocadero de San Bernardino. La etapa final de la navegación se volvía mucho más azarosa antes del atraque en el puerto de Cavite, en la bahía de Manila. Por su parte, el “tornaviaje” Manila-Acapulco era toda una proeza náutica –véase la Ilustración 8.36 El “Galeón” zarpaba de Cavite generalmente entre mediados de junio y de julio para aprovechar el monzón del sudoeste y evitar los tifones, más frecuentes durante lo que restaba del verano y parte del otoño. Salía a mar abierto, tras no pocas complicaciones, a través del Embocadero.37En su larga travesía, llegaba casi hasta Japón, situándose luego por encima del paralelo 30 norte hasta aproximarse, impulsado por los vientos del oeste, a las costas de la Alta California y continuar hasta Acapulco, en cuyo puerto atracaba hacia finales de diciembre. En total, unos 15.000 kilómetros, la mayor parte de los cuales sin tocar puerto. No es de extrañar, pues, que el “tornaviaje” resultase de una dureza inusual para pasajeros y tripulantes, cuya salud era minada por el escorbuto y otras enfermedades, la mala alimentación, etc., hasta el punto de causar la muerte de no pocos de ellos y que más de treinta “galeones” se perdieran. Sin embargo, sólo cinco fueron capturados por naves enemigas.La duración plurisecular de la “Nao de la China” fue también favorecida por intereses comerciales y políticos. Las especias y las manufacturas asiáticas gozaban de amplia aceptación entre los consumidores de la Monarquía Hispánica en América y España. Las corporaciones mercantiles lograban altos beneficios con un comercio estrictamente regulado que restringía la competencia. La Corona encontró en ella un instrumento al servicio del objetivo estratégico de sostener la presencia en Asia en un contexto internacional conflictivo, especialmente desde el siglo XVII, cuando otras potencias occidentales emergentes comenzaron a hacerse cada vez más presentes en esa parte del mundo.Ahora bien, la condición necesaria de la globalización hispana de la Edad Moderna fue la plata americana. Su gran protagonista fue el “real de a ocho”, también conocido como peso, peso fuerte o dólar español. La fiabilidad y buena calidad de la moneda producida en las cecas hispanoamericanas (principalmente, aunque no sólo, en Lima, Potosí y, en especial, México) elevó el “real de a ocho” a la categoría de “primera moneda universal”, en palabras de Céspedes (2003), pues circulaba masivamente con plena aceptación a todo lo largo y ancho del mundo desde la primer mitad del siglo XVI hasta el XIX..Durante unos tres siglos, la Corona española mantuvo en su poder a los principales centros productores de plata del mundo, que estaban en Perú y en Nueva España. Como señala Marichal, “Spanish America produced more silver, on a more regular basis and for a longer time, than any other region of the World”, entre más de 100.000 y unas 150.000 toneladas. Un éxito, ciertamente, desde cualquier punto de vista, atribuible a una combinación de factores de variada índole (abundantes yacimientos de minerales de baja ley, generalización de la amalgamación y mejora de la oferta de mercurio, calidad organizativa de las autoridades, capacidad empresarial y acceso al mercado de capitales, articulación de los mercados regionales, disponibilidad de mano de obra forzada y, sobre todo, libre, etc.) que aquí sólo podemos apuntar. En palabras de Marichal: “in respect to resources, capital, technology, labor, and economic linkages, silver mining in Spanish America was a complex and sophisticated operation from the start Muy al contrario de una extendida idea, la minería argentífera contribuyó al crecimiento económico y no se basaba, como se desprende de una comparación internacional de los salarios, en la explotación de los trabajadores (Dobado y Marrero, 2011; Dobado y García, en prensa) El protagonismo de la plata en el comercio hispano del Pacífico se aprecia fácilmente en cuanto se conoce la carga de los barcos que zarpaban de Acapulco. Sirvan de ejemplo los “caudales embarcados” con destino a Manila a mediados de la segunda mitad del siglo XVIII. 1770 Los “efectos y frutos”, o “géneros de la tierra”, de un valor mucho menor, consistieron principalmente en sombreros, grana, jabón, cobre, cacao, etc. Algunos de ellos revelan la existencia de un comercio intra-americano de escasa magnitud. Sus dimensiones, siempre modestas, debieron ser mayores en los comienzos y en los años finales del “Galeón”.Por lo que respecta a las importaciones realizadas por Acapulco, baste un solo, aunqueilustrativo, ejemplo. Entre la abundante documentación minuciosamente elaborada, en 1777, con anterioridad a que la fragata San José se hiciese a la mar, se halla el expediente que recoge el “abaluo” (sic) de “los géneros de mercancías” realizado en presencia del Gobernador y otras autoridades de las Filipinas, así como de los representantes del Consulado de Manila. Se trata de una evaluación de los precios de las mercancías transportadas en el Galeón. La lectura del texto 43 Marichal, 2006, p. 29. 44 Se ha prescindido de reales y granos. El Galeón de Manila aparece como una cornucopia de objetos orientales que satisfacían los deseos de las élites europea y americana de la Monarquía Hispánica, aunque, como se verá en breve, también los de no pocos súbditos de a pie. Sin ánimo de exhaustividad, entre los “géneros de mercancías” figuran desde abanicos (de concha, carey o marfil) hasta azúcar, pasando por alcanfor, canela, pimienta, nuez moscada,ruibarbo, incienso y sándalo.También encontramos una miríada de textiles de grados diversos de elaboración, algunos de ellos de nombres exóticos y en una amplia gama de calidades y precios: “bombasíes”, “azules de Lanquín” (por Nanquín), “piezas de Zaravar” (sic), “basquiñas de colores”, “colgaduras de cama completa sobre raso bordadas de seda”, “medias blancas de Cantón”, “medias de mujer”, “pañitos de paliacate (pañuelo de origen hindú ampliamente utilizado por los varones de las clases populares) encarnados”, piezas de paños de reboso (por rebozo, prenda típica en la indumentaria femenina), “pañitos de seda de veinte en pieza”, “seda torcida” (de varias procedencias y clases, entre ellas, predominantemente, Cantón) y “terciopelo”, entre otras. Los productos textiles componían el grueso de la carga del Galeón. Pero también aparece la inevitable porcelana: “medias baxillas (por vajillas) de losa encarnada de ciento veinte y cuatro piezas”, “ajaponadas (sic), “de losa azul”, “platos finos azules, y encarnados” y “ordinarios” El examen detallado del “ebaluo” revela algunas interesantes características del comercio efectuado mediante la “Nao de China” no mencionadas hasta ahora. Algunos productos presentan un amplio rango de calidades y precios. Así, encontramos canela de Ceilán, China y Zamboanga. La segunda costaba el doble que la primera, mientras que la cingalesa era un 25% más cara que la china. Las basquiñas “superfinas de colores” más que quintuplicaban en valor a las “ordinarias”. Las medias podían ser “de primera de Cantón” y “de segunda”, “de mujer de primera” y “de segunda”, “de mancebo”, “de niño” y “de capullo para niños”. Sus valores eran, respectivamente, 10, 8, 6, 5, 3, 2 y 0,75 reales de plata. Otros ejemplos podrían añadirse a los anteriores. Esta variedad de precios y calidades sugiere la adaptación de productores e intermediarios a una demanda heterogénea. La presencia de productos relativamente baratos sugiere que, pese a su encarecimiento en Nueva España, no todos los productos orientales transportados en el “Galeón de Manila” satisfacían exclusivamente el consumo de las élites. Algunos de ellos, como los paliacates (pañuelos coloridos embarcados en el puerto de Pulicat, cercano a Madras, de donde toman su nombre), eran baratos: los “pañitos de ocho en pieza” valían, siendo “ordinarios”, 6 reales. Más llamativo era el caso de la porcelana: el “millar de platos finos azules, y encarnados” se evaluaba en 600 reales; esto es, menos de un real por plato.47 Por entonces, el jornal de un trabajador no cualificado en la construcción ascendía a 3 reales. Se diría, pues, que, si bien, casi con toda seguridad, esporádicamente, especias, textiles y porcelana podían formar parte del consumo de los sectores no privilegiados de la población novohispana. Por otra parte, tras añadir a las transferencias públicas (los voluminosos “situados”) los costes de defensa y administración, construcción y reparación de buques, salarios de tripulaciones, etc. de la “Nao de China” y detraer los impuestos recaudados en concepto de exportación de plata y productos americanos y de importación de productos orientales(almojarifazgo y otros), cabe legítimamente preguntarse por la rentabilidad económica de esta ruta comercial -así como la de las Filipinas- para la Corona. Los precios del “abaluo” muestran también algo bien conocido: la eficiencia alcanzada en la Edad Moderna por China e India en la producción de ciertas manufacturas. Al menos en el caso chino, esa eficiencia se ha recuperado varios siglos más tarde, aunque en líneas de productos menos sofisticados, por ahora. Todo parece indicar que, con pequeñas variaciones, esta desigual composición (plata novohispana por productos asiáticos) del comercio entre Acapulco y Manila se asentó rápidamente en su comienzo y resistió tenazmente el paso de los siglos. Si para ésta parecen pesar más los objetivos estratégicos que los puramente económicos, no era ése –véase Cuadro 2, el caso de los comerciantes filipinos y novohispanos. panela Los productos asiáticos multiplicaban su precio a la llegada a Acapulco, a cuya feria comercial, celebrada durante el mes siguiente al que corría desde el ansiado atraque Del“Galeón”, acudían los comerciantes novohispanos, entre los que destacaban los grandes almaceneros de México, que disfrutaban de un gran poder de mercado. Por ejemplo, en 1774, dieciocho comerciantes del Consulado de México adquirieron los “géneros”, negociados por un total cercano a los 700.000 pesos: el que menos compró lo hizo por valor de más de 3.500 pesos; dos superaron los 150.000 y tres los 50.000 Concentrada era también la estructura mercantil de Manila, pese a las disposiciones existentes para extender los beneficios de la “Nao”a amplios sectores de la población “española”. Algunos de los intermediarios filipinos eran factores de los principales mercaderes novohispanos. En el registro de la fragata San José, que zarparía de Cavite en 1777 figuran 39 nombres en la “Nómina de Comerciantes”. El valor total asignado a las mercancías por ellos cargadas en “fardos, cajones y cajas” ascendía a casi 500.000 pesos. La cantidad individual menor es de 999 pesos. Las dos mayores ascienden a unos 60.000 pesos. La moda está algo por debajo de los 4.000 pesos (21 casos) y los restantes “comerciantes” envían entre algo más de 7.000 pesos y poco más de 40.000. Entre losbeneficiarios del comercio también aparecen, además de la oficialidad y los tripulantes del “Galeón”, algunas instituciones laicas y religiosas (Cabildo Catedralicio, Órdenes Religiosas, Cabildo de Manila, etc.) y numerosos residentes “españoles” de Manila (viudas, eclesiásticos, funcionarios civiles y militares, etc.) recibían las “boletas” que daban derecho “a gozar de buque en las naves de Acapulco”. Instituciones y residentes negociaban de alguna forma -existiría acaso un mercado secundario de “boletas”?- con los comerciantes su participación en el tráfico. No es este el lugar para extenderse en los detalles de un comercio “pacífico” que duró más de dos siglos y conoció algunas –más bien pocas- modificaciones sustanciales. En realidad, la permanencia de algunos rasgos esenciales entre finales del siglo XVI y del XVIII resulta llamativa y facilita un tanto nuestra tarea. Sólo podemos añadir algunas características no mencionadas hasta ahora.Los ingresos derivados de ella contribuían sustancialmente al sostenimiento de amplios sectores de la sociedad manilense. De ahí que la pérdida del “Galeón”, o su falta, en algún año constituyese una auténtica tragedia para la ciudad. Al mismo tiempo, el acceso a los beneficios del hiperregulado “Galeón” parece haber operado antes como desincentivo al esfuerzo individual y al progreso económico de las Filipinas que al contrario. De hecho, la mayor parte de actividades productivas eran desarrolladas en Manila por la nutrida población china y mestiza que, si había adoptado el catolicismo, residía en Binondo –tal vez el más antiguo “Chinatown” conocido, pues data de 1594- o, en caso contrario, en el Parián. A finales del siglo XVI se comerciaba también entreManila y El Callao (Lima), Realejo (Nicaragua) y el novohispano Huatulco. Las presiones de los comerciantes españoles y novohispanos lograron que se prohibiera, en 1591, el tráfico entre cualquier puerto americano, excepto Acapulco, y Manila. Desde la Península se forzó la supresión, en 1604, se forzó la supresión del comercio entre los virreinatos de Nueva España y Perú. Ambas prohibiciones se repitieron en años posteriores. Así, desde 1593, el comercio entre la América española y Asia consistió básicamente en el barco –ocasionalmente de gran tonelaje y casi siempre perteneciente a la Corona, no a particulares- que anualmente navegaba entre Acapulco y Manila. El conservadurismo regulatorio tras el espectacular logro inicial de conectar permanentemente el extremo oriental del Viejo Mundo –sediento de plata y excedentario en bellas manufacturas- con el Nuevo –productor de moneda de amplia aceptación y ávido consumidor de productos orientales- no es incompatible con ciertas concesiones al realismo. La principal de ellas es el progresivo aumento de los “permisos” que establecían, sobre el papel, el límite máximo a las mercancías y a la plata que saldrían, respectivamente, de Manila y Acapulco. Entre 1565 y 1592, no hubo regulación al respecto; desde 1593, se podían exportar a Acapulco 250.000 pesos en mercancías e importar a Manila 500.000 pesos en plata. En 1702, las respectivas cantidades se aumentaron hasta 300.000 y 600.000 pesos. En 1734, la primera fue elevada a 500.000 pesos y, como era habitual, al doble la segunda. (Valdés, 1997, p. 45). En 1769 (Yuste, 1984, p. 16) o 1776 (Schurtz, 1992, p. 162) se aumentaron a 750.000 y 1.500.000 pesos, respectivamente. Se trataba con la fijación de “permisos” de conciliar objetivos no siempre compatibles entre sí: emular a potencias más expansivas en Asia; limitar la competencia de algunos productos asiáticos con otros de peninsulares o novohispanos y la salida de plata; maximizar los beneficios de los grupos comerciales instalados a uno y otro lado del Atlántico y del Pacífico; asegurar la presencia en Asia suroriental. Nunca podrá saberse el grado de cumplimiento de la normativa. En cualquier caso, desde mediados del siglo XVIII, al igual que ocurrió con el comercio entre España y América, nada sería igual. Martínez Shaw (2007) ha mostrado los hitos de la transformación liberalizadora del sistema comercial del Pacífico español que siguió a la ocupación inglesa de Manila en 1762-1764 en el marco del reformismo ilustrado. En esencia, el gran cambio consistió en romper con el principio de “un buque y dos puertos”. Así, progresivamente, fueron haciéndose por el gobierno concesiones que significaron la apertura de rutas que conectaron los puertos de la Monarquía Hispánica con Asia (por ejemplo Cádiz o El Callao con Manila) a través de nuevos derroteros (vía el cabo de Buena Esperanza o el de Hornos). Entre 1765 y 1784 diversas expediciones fueron enviadas desde la Península al Pacífico con fines geográficos y estratégicos. Tantearon la posibilidad de una conexión directa con Filipinas. El Decreto de Libre Comercio de 1778 tuvo efectos limitados en el Pacífico. El gran golpe al monopolio del “Galeón” llegaría en 1785, cuando fue creada la Real Compañía de Filipinas, que obtuvo en exclusiva el comercio directo de España y Suramérica con Asia, Filipinas incluida. Especias, porcelanas, sedas y otros textiles, lacas, marfiles y la novedad del té comenzaron a llegar directamente a España. Al poco, la Compañía ampliaría su presencia en Asia mediante el establecimiento de factorías en India y China y logró evitar la escala forzosa en Manila. Por entonces, su puerto se había convertido en uno de los más importantes de Asia, ya que había sido abierto al comercio internacional en 1789: “Manila alcanzó su época cenital, registrando la presencia en sus puertos de barcos de todas las bandera (…) y procedentes de todos los puertos de Asia.” El “Galeón de Manila” fue suspendido oficialmente en 1815. Resulta difícil exagerar su contribución a la globalización comercial y artística de la Edad Moderna, especialmente hasta bien entrado el siglo XVII. Una idea de su importancia puede darla el hecho de que, como señala Marichal, mucha de la inmensa producción de plata americana “was destined for the Chinese marketplace.” Más precisamente, este autor, apoyándose probablemente en Schurtz (1992), sugiere que la cantidad de plata que cruzó el Pacífico desde Nueva España a China, con la intermediación de Manila, fue de dos millones de pesos anuales. Durante el siglo XVI y comienzos del XVII, no toda la plata era de procedencia novohispana, sino que también llegaba desde el Virreinato de Perú No debe, pues, extrañar el halo de riqueza que rodeaba al “Galeón de Manila” en la consideración de los contemporáneos. La comparación entre las poblaciones implicadas en el comercio asiático es reveladora de la importancia relativa del mismo: mientras que Holanda y Inglaterra sumaban más de 23 millones de habitantes (casi 65 millones con Francia) en 1820, España contaba con menos de 13 millones, Nueva España no llegaba a 7 millones y toda Hispanoamérica rodaba los 21 millones.Ahora bien, las cifras propuestas por los autores citados más arriba tal vez sean aproximaciones por exceso. Cálculos por defecto, basados en el supuesto de que los “permisos” oficiales reflejan adecuadamente la realidad, arrojarían resultados que sitúan la proporción del comercio entre Acapulco y Manila respecto a las re-exportaciones europeas de plata a Asia por la vía de El Cabo entre máximos de casi un tercio y más de un cuarto en 1651-1675 y 1775 1800, respectivamente, si aceptamos las cifras de Barret, y mínimos por debajo del 15% y declinantes a largo plazo, cuando se dan por buenas las de Attman.Antes de mediados del siglo XVII, todo sugiere que esa proporción tuvo que ser mucho mayor. Sin embargo, más tarde, la capacidad de crecimiento del comercio euroasiático realizado por las compañías privilegiadas holandesa (VOC) e inglesa (EIC) resultó mayor que la del “Galeón de Manila”, a juzgar por las cifras ofrecidas por Prakash (2004), especialmente antes de las reformas borbónicas de la segunda mitad del siglo XVIII. Antes de mediados del siglo XVII, todo sugiere que esa proporción tuvo que ser mucho mayor. Sin embargo, más tarde, la capacidad de crecimiento del comercio euroasiático realizado por las compañías privilegiadas holandesa (VOC) e inglesa (EIC) resultó mayor que la del “Galeón de Manila”, a juzgar por las cifras ofrecidas por Prakash (2004), especialmente antes de las reformas borbónicas de la segunda mitad del siglo XVIII. No se trató, pues, ni mucho menos, de un episodio anecdótico, incluso en términos puramente cuantitativos, de la historia económica mundial de la Edad Moderna, especialmente afines del siglo XVI y comienzos del XVII, cuando los contactos comerciales europeos con Asia,con la excepción de Portugal, eran todavía mucho menores de lo que llegarían a ser en el XVIII.No obstante, el “Galeón de Manila” no ha recibido toda la atención que merece en la bibliografía académica internacional. Este breve ensayo aspira a resaltar el protagonismo hispano en la temprana globalización del comercio y el arte durante la Edad Moderna. REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS ALONSO, L. (2012): “La ayuda mexicana en el Pacífico: socorros y situados en Filipinas,1565-1816”. MARICHAL, C. y VON GRAFENSTEIN, J. (coords.): El secreto del ImperioEspañol: Los situados coloniales en el siglo XVIII., México: El Colegio de México. BERG, M. (2004): “In Pursuit of Luxury: Global History and British Consumer Goods in theEighteenth Century” en Past and Present, 182: pp. 85-142. BERNSTEIN, W. J. (2008): A Splendid Exchange. How Trade Shapped the Word, Nueva York:Grove Press. BOLINIAN, M. A. (2012): El pacífico hispanoamericano: política y comercio asiático en el imperio español, 1680-1784. La centralidad de lo marginal. México: El Colegio de México. BROOK, T. (2008): Vermeer’s Hat, Londres: Profile Books.

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